Paja en el ojo ajeno
Pablo Santos Luaces
Decano CPIICyL
Nunca deja de sorprenderme la precisión, al céntimo, del engranaje recaudatorio. Supongamos un Ingeniero, no necesariamente en informática, aunque también, que ejerce su actividad como autónomo y factura la mayoría de sus servicios a una empresa con sede en Estados Unidos. Su trabajo le obliga a viajar por diferentes países en donde hace demostraciones técnicas e implanta software y hardware de precisión. India, Alemania, Austria, distintos países en América del Sur.
El preciso engranaje recaudatorio le indica al final del ejercicio como un taxi que cogió en Estambul durante una visita a uno de los clientes (vuelos de ida y vuelta y nombre del cliente explicados) no es un gasto deducible. No tiene factura. No es fácil conseguir un ticket de un taxista en Estambul, una factura casi imposible. Pero el implacable contador de habichuelas, pieza esencial del efectivo engranaje recaudatorio, hace oídos sordos. Ya van 20 euros.
Peajes, restaurantes (de menú del día, a 10-15 euros el ticket, nada de opíparos banquetes), gasolina (la misma cuyo céntimo sanitario, que resultó ilegal, no se puede recuperar) se van uniendo a la lista de gastos que no son justificables. Ahora ya no. Lo eran hace unos pocos años, pero La Crisis obliga a ser más estricto y a buscar céntimos por todos lados. El Ingeniero justifica esos gastos argumentando a dónde iba y por qué, pero el preciso contador de habichuelas de turno le explica que también usa el coche para asuntos particulares. «Pero, oiga, que esos días y en esas horas estaba yendo al aeropuerto y…». Da igual. No hay justificación posible. El gasto ahora ya no es justificable. Ante la duda de que parte del gasto en combustible no se haya hecho realmente para asuntos de trabajo, se descarta todo, entero. No la mitad, como antes, todo.
Y además, y aunque sea clara y reconocida por el operario que no ha habido intención de defraudar sino simplemente disparidad de criterios, es posible que el autónomo se vaya con una jugosa multa, más intereses. Por una disparidad de interpretación, interpretación que han variado ante la necesidad de recaudar.
Pablo Santos Luaces
Decano CPIICyL
Nunca deja de sorprenderme la precisión, al céntimo, del engranaje recaudatorio. Supongamos un Ingeniero, no necesariamente en informática, aunque también, que ejerce su actividad como autónomo y factura la mayoría de sus servicios a una empresa con sede en Estados Unidos. Su trabajo le obliga a viajar por diferentes países en donde hace demostraciones técnicas e implanta software y hardware de precisión. India, Alemania, Austria, distintos países en América del Sur.
El preciso engranaje recaudatorio le indica al final del ejercicio como un taxi que cogió en Estambul durante una visita a uno de los clientes (vuelos de ida y vuelta y nombre del cliente explicados) no es un gasto deducible. No tiene factura. No es fácil conseguir un ticket de un taxista en Estambul, una factura casi imposible. Pero el implacable contador de habichuelas, pieza esencial del efectivo engranaje recaudatorio, hace oídos sordos. Ya van 20 euros.
Peajes, restaurantes (de menú del día, a 10-15 euros el ticket, nada de opíparos banquetes), gasolina (la misma cuyo céntimo sanitario, que resultó ilegal, no se puede recuperar) se van uniendo a la lista de gastos que no son justificables. Ahora ya no. Lo eran hace unos pocos años, pero La Crisis obliga a ser más estricto y a buscar céntimos por todos lados. El Ingeniero justifica esos gastos argumentando a dónde iba y por qué, pero el preciso contador de habichuelas de turno le explica que también usa el coche para asuntos particulares. «Pero, oiga, que esos días y en esas horas estaba yendo al aeropuerto y…». Da igual. No hay justificación posible. El gasto ahora ya no es justificable. Ante la duda de que parte del gasto en combustible no se haya hecho realmente para asuntos de trabajo, se descarta todo, entero. No la mitad, como antes, todo.
Y además, y aunque sea clara y reconocida por el operario que no ha habido intención de defraudar sino simplemente disparidad de criterios, es posible que el autónomo se vaya con una jugosa multa, más intereses. Por una disparidad de interpretación, interpretación que han variado ante la necesidad de recaudar.
La historia se repite también para empresas, pequeñas, eso sí, que tienen que explicar al preparadísimo peón como el software no se vende al cliente en camiones en containers que viajan en barcos y pagan aduanas, si no que se descarga de Internet y que eso, de momento, no paga aranceles.
«Ya, ya sabemos que no tiene sentido pero tenemos órdenes de arriba» confesará ante la desesperación del autónomo o empresa de turno.
Al autónomo de la historia puede haberle subido la cuenta, céntimo a céntimo hasta los 1500 euros. Se suman los ejercicios de 2010, 2011 y 2012 (no pueden tirar más atrás) y con horas de trabajo se arañarán algo más de 4mil. No está mal. Ahora solamente hay que repetir con otros cuantos miles.
Lo que supongo que nadie comprende es cómo es posible que esa precisión que rasca tickets de peaje, de 6 en 6 euros, ha sido incapaz de detectar todas las grandes cifras. Hacienda somos todos y a todos nos toca pagar la cuenta, pero cómo es posible que detecten céntimos autónomo a autónomo y no millones en Andorras, Suizas y tarjetas?
Seguro que hay una explicación, muy técnica y muy razonable. Pero me pregunto hasta qué punto los brazos ejecutores de la estrategia no son cómplices también de lo que parece una gran injusticia. La Historia está llena de innumerables cobardes que se convirtieron en verdugos al servicio de los más crueles villanos por miedo de perder sus miserables pellejos. Todos ellos intentaron justificarse con un «cumplíamos órdenes de arriba» que nunca sirvió para lavar sus conciencias. Fueron cómplices.